Dos ‘tierras benditas’ unidas por castañuelas, taconeos y palmas

Escrito por Lydia Martín. Fotos: Carmen Meroño 'Jayam' / Comunicación 64 Cante de las Minas. 6 de agosto de 2025, miércoles.

El Ballet Flamenco de Andalucía trajo un recorrido por los cantes y bailes más representativos del arte jondo, en una fusión perfecta entre color, música y danza que cerró las galas del 64 Cante de las Minas. Su directora, Patricia Guerrero (‘Desplante’ 2007) inauguró junto a su elenco la placa de la compañía de danza en la ‘Avenida del flamenco.



El flamenco es un tesoro compartido y un legado latente entre Andalucía y La Unión. Ambos territorios comparten una historia que los vincula y que cada año se plasma en el Festival Internacional del Cante de las Minas, el epicentro mundial de este arte cada mes de agosto. Son dos tierras unidas por el pasado, las migraciones y el cante; dos tierras bendecidas por un patrimonio inmaterial cuya belleza, y crudeza al mismo tiempo, hace que sean únicas.


Ayer el Ballet Flamenco de Andalucía llegaba hasta la ‘Catedral del Cante’ para hablar de su tierra, su arraigo al arte, costumbres y tradición. Y lo hacía recorriendo los cantes y bailes más representativos del flamenco en una suite repleta de tradición y modernidad, liderada por un nombre muy conocido para este templo flamenco: Patricia Guerrero. La que fue ganadora del ‘Desplante’ en 2007 – que también fue galardonada en 2021 con el Premio Nacional de Danza- volvía al Festival emocionada, queriendo plasmar su propuesta y significado en un broche de gira, antes del descanso estival de la compañía, que no podía tener mejor escenario. 


Una voz cantaba a Andalucía en una apertura que dejaba las tablas desnudas, a oscuras, a las que fueron incorporándose los taconeos y las palmas, sin música, entre ‘arsas’, ‘tomas’ y ‘olés’; un ‘jaleo’ que mostraba una auténtica fiesta flamenca de más de diez minutos que dejó al público en absoluto silencio, sin poder apartar los ojos de su elenco. La ‘Taranta del niño’ mostró que además de baile, el cante y el toque iban a ser grandes protagonistas de la noche, con la voz de Manuel de Ginés y la guitarra de José Luis Medina. Más tarde se les uniría también Jesús Rodríguez a la guitarra y Amparo Lagares al cante, en un cuadro de excepción para esta ‘Tierra Bendita’ que acercaban hasta La Unión. 

Un sonido familiar para este templo comenzó a emanar: las castañuelas, que David Chupete golpeó con maestría tanto en ‘Encarnación’ como en la pieza que da nombre al espectáculo. Fueron ellas, durante gran parte del espectáculo, protagonistas entre bailes en penumbra que arropaban sus ritmos. Así, cante a cante y baile a baile, el elenco del Ballet Flamenco de Andalucía iba entrando y saliendo de escena con fandangos, granaína o tanguillos, estos últimos protagonizados por la parte masculina de la compañía. 

Uno de los momentos de mayor colorido y belleza fue ‘Plaza de las Flores’, las cantiñas con las que el elenco femenino sacó sus batas de cola amarillas y bailaron con un mantón blanco de rosas rojas, en una perfecta sincronización que aportó un dinamismo escénico sin parangón. 

Y de repente, Patricia Guerrero entró en escena para recitar el poema de Manuel Benítez Carraco ‘Fiesta en la Gloria’, dedicado al considerado como primer guitarrista flamenco de la historia: Ramon Montoya. Se sienta en una silla en el escenario y comienza a dejar salir su voz, a la vez que su cuerpo y sus brazos acompañan cada verso junto al sonido de una guitarra. “Cuando don Ramón Montoya se fue, porque lo llamaron para una fiesta en la Gloria, temblaron, tristes y solas, sin que nadie las tocara las guitarras españolas”, compartía, a la vez que sus pies hablaban por sí mismos.

Una primera aparición que haría que la directora de la Compañía se mantuviera deleitando con su maestría hasta el final del espectáculo. Con ‘Alameda’, una bulería por soleá, seguía siendo imposible apartar la mirada de Guerrero y su movimiento perfecto que acompañaba los juegos de luces, cuidados al detalle durante toda la gala; una iluminación que permitía imaginar, gracias a la escenografía de Esteban Bernal Aguirre, que su danza se desarrollaba dentro de una mina, en la conexión más profunda con el lugar donde se encontraban. 


El negro invadió el escenario en el cierre por seguiriyas del Ballet Flamenco de Andalucía, que consiguió, junto al posterior descubrimiento de la placa en su honor en la ‘Avenida del Flamenco’, unir dos ‘tierras benditas’ que tienen el honor y la responsabilidad de cuidar un arte universal; de mantener vivo el flamenco. 


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