'Telón de luz y sangre'

62 Cante de las Minas: primera semifinal.


"Donde se forjan los grandes nombres, y las gotas de sudor caen ininterrumpidamente. Donde se rompen las voces y las almas, y se desahogan los espíritus, con ansia de ver paliado su dolor en un cante. ¿Dónde? ¿Dónde puedo, madre, respirar el aire nervioso del artista de toque y baile? ¿Dónde puedo descansar bajo la sombra de los cantes del Levante?

Se abrió anoche el telón. Con la entrada del pianista Raúl Pérez, dio comienzo, al fin, el Concurso del Cante de las Minas, en el contexto del Festival. Una primera jornada, a decir verdad, con luces y sombras, en las que destacó especialmente el baile, en las figuras de Dolores “Lola” Pérez, y Francisco “Fran” Vílchez. Esta primera interpretó únicamente una seguiriya, cuyo eje principal fueron los contrastes entre secciones laxas con mucho braceo y otras más aceleradas con largos zapateos. Su expresión facial también ayudó a enfatizar el espíritu del movimiento, guiando muchas veces con el ceño fruncido la narrativa artística de su propuesta. En el caso de Vílchez, éste interpretó bailes tanto por tarantos como por alegrías, unas alegrías que cerrarían de manera agradable la noche, no solo por crear un ambiente amable, sino por una virtuosística actuación que, me arriesgo a decir, le postularía, en mi opinión, como posible candidato a la gran final.

Destacó al cante la gaditana Aroa Cala, que se desenvolvió con soltura por los palos mineros de cartageneras, levanticas y mineras, además de por seguiriyas. Su voz, cuya proyección controló a la perfección, subía y bajaba en volumen como si de una montaña rusa se tratase. Una montaña rusa, sí es verdad, algo diferente, pues era notable su construcción mimada y cuidada, exprimiendo al máximo las dinámicas y las técnicas vocales para finalizar una sublime actuación.

En cuanto a la guitarra se refiere, brilló especialmente el toque de Manuel Fernández Heredia, cuyas manos se deslizaban por las cuerdas con firmeza, al mismo tiempo que expresaban una extrema delicadeza. Comenzó con una taranta, cuya falseta inicial sembró la duda en aquellos que la escuchaban, y marcando las cuerdas en lo que el toque evolucionaba, dejó sonar libres los agudos, apoyándolos en unos graves que llenaban el ambiente de la Catedral. Cerró su actuación, su oportunidad, con una notable farruca, en la que aportó un tinte épico en un inicio, que, tras pasar por una sección casi arabesca, se recreaba en un símil de la obra “Recuerdos de la Alhambra” de Francisco Tárrega (obra, por cierto, muy recomendable para los amantes de la guitarra, que simula con una guitarra una interpretación a dos). Concluía la farruca con especial énfasis en los graves, dirigidos hacia un golpeo de la caja de resonancia de la propia guitarra, lo cual arrancó un sonado aplauso de júbilo del público del Mercado Público.

Qué bonito, ¿no? Es ver que aún queda gente luchando. Que a voz en grito expresan su pena y su llanto, su alegría y su euforia. Que con rabia y/o autoridad pulsan y rasguean las cuerdas de esa guitarra, que en muchos hogares permanece olvidada al fondo de un armario, a modo de discreta decoración. Y que aún vuelan los vestidos rojos de topos blancos y viceversa. Rojos como la sangre altiva de los mineros que nos lo dieron todo, y blanco como el hueco en la historia que quieren acabar ocupando aquellos que se presentan con su arte a este, nuestro y de todos, concurso del Festival Internacional del Cante de las Minas".


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(*) Natural de La Unión, estudia Historia y Ciencia de la Música en la Universidad de Granada



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